sábado, 10 de febrero de 2007

Exámenes

Acaba de terminar una época de desasosiego típica en la vida de cualquier universitario: los exámenes. Durante un mes aproximadamente (pocos son los que empiezan antes) todo son prisas, fotocopias, apuntes de última hora, estampitas... y muchas horas sentado en la mesa con los tacos de folios delante, ya sea en casa o en la biblioteca. Y como todo en la universidad, con el tiempo, aunque las bases sean las mismas, va cambiando de fisonomía. Al principio te pasas las primeras clases atendiendo y cogiendo apuntes, pero cuando llevas varios años, los apuntes se cogen desde la cafetería, o echando un mus en las mesas de los pasillos. También vas a casi todas las clases porque crees que son importantes, y que es fundamental que atiendas. Pero luego acaba siendo más importante un rato de césped al sol, que tirarte una hora viendo a un tío que te va a suspender contando tonterías en una pizarra, aunque en los tiempos modernos eso no se lleva, ahora son pantallitas blancas que bajan del techo y en las que se exponen fabulosas creaciones de powerpoint.

Pues con los exámenes también pasa algo parecido, y lo peor es que es en este aspecto cuando descubres que te vas haciendo viejo. Antes tenías las 3 semanas para hacer los exámenes, pero eran a tiempo completo. Ya te administrarías las horas desde las 12 que te levantabas, hasta la 1 o las 2 que te acostabas. Ahora no, ahora tienes que repartirte las 2 o 3 horas que te quedan por la tarde después de llegar de currar. Antes, en esas 3 semanas, te presentabas a 7 u 8, porque tú podías quitártelas todas (mentira, pero era para llenar tiempo y tener mayor probabilidad de acierto) y no sabes cómo, pero podías. En ese tiempo te estudiabas todas con mayor o menor acierto (siempre menor, además estudiabas, no repasabas, porque eso implicaría que las habías estudiado antes). Ahora te presentas a 1 o 2 y estudiando un mes antes te falta tiempo, te faltan ganas. Ya no entran las cosas como antes, porque aunque ibas a pocas, algo se te quedaba de las clases, pero ahora ya no vas, porque no tienes tiempo. Y aunque vayas, te sigues sintiendo mayor, porque, al igual que en la biblioteca, las caras ya no te suenan. Antes conocías, aunque fuera de cara, a toda la clase, y en cambio ahora te sientas en la biblioteca y no te suena ni una cara, cuando antes te sabías hasta los horarios de entrada, comida y salida de las tías que pasaban por allí. Ahora todos son niñatos con gorra, y niñas modernas que te miran como diciendo: "mira este, menudo fracasado, a su edad y todavía le quedan". Joder, es que al final, aunque no lo piensen ellos, lo acabas pensando tú.

Así que a ver si hay suerte y esto se va acabando. Lo peor es que el día que se acabe querré volver a lo de antes, porque al menos eras universitario, y te hacían descuentos (pocos, que esto es España), y pensabas en lo que harías cuando acabaras, y creías que te iban a pagar un sueldo decente por tu trabajo...

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